Hace poco menos de una semana tuve la suerte de conocer Israel. Un jóven país creado hace 63 años sobre una tierra legendaria, sagrada y de las más antiguas del planeta. Poco después del final de la 2ª GM, Naciones Unidas votó a favor de la creación del Estado de Israel en lo que hasta entonces se conocía como Palestina, dividiendo aquella tierra en dos realidades, la árabe y la judía. Disponiamos de 6 días para impregnarnos de ambas realidades y fuimos por faena. El viaje empezó al llegar al aeropuerto del Prat, donde nos esperaba el primero de varios interrogatorios. Una vez en el avión de la compañía El Al disfrutamos de nuestra primera experiencia Kosher. Nos encantó saborear el Hummus acompañado de pan de pita y transcurridas 4 horas y media, llegábamos al aeropuerto internacional de Ben Gurion, a caballo entre Tel Aviv y Jerusalén. Nos decidimos por tomar un taxi compartido hasta la capital, Jerusalén, donde nos quedariamos las próximas 3 noches, hasta fin de año. Despertar en el barrio musulmán de Jerusalén, con todo su esplendor de mezquitas, mercados y gentío entorpeciendo el tráfico de sus estrechas calles nos quedó grabado para siempre en la memoria. Visitamos la ciudad vieja entrando por Damascus Gate, paseamos por sus laberínticas callejuelas, compramos dulces, espécies y té en las miles de tiendas que se extendian a derecha y a izquierda, delante y detrás, cortadas por discretas capillas cristianas que pasaban desapercibidas en un barrio musulmán de mayoría árabe. Procuramos seguir un itinerario para no olvidar lo esencial: la mezquita de la Cúpula Dorada, símbolo de la Ciudad Santa, así como la famosa mezquita de Al - Aqsa. Ese mismo día conocimos también el barrio judío y depositamos nuestros deseos en el quebrado muro de las lamentaciones, separado por sexos en la práctica y por fe en la realidad. Lo cierto es que pocos eramos los turistas que nos encontrábamos ajenos a ese espectáculo de fe y devoción, intentando comprender el lamento de aquellos miles de judios susurrando oraciones en hebreo. Por la tarde descubrimos el sincretismo del barrio católico. Cristianos, Ortodoxos, Armenios, Etíopes y otras comunidades religiosas comparten parcelas del Santo Sepulcro. Finalmente, desde la colina del Monte de los Olivos, percibimos la ciudad a lo lejos. Esa imagen de postal nos mostraba el conjunto de realidades que comparte Jerusalén, invitándonos a conocer un complejo territorio en el que coexisten varias comunidades religiosas impregnadas de historia, leyendas y fe.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada