El 31 de diciembre de 2010 llegamos a Tel Aviv hacia las 6 de la tarde. Como era viernes y el Shabbat empezaba hacia las 4 de la tarde, no esperamos a que anocheciera para tomar un taxi. Según el judaismo, el Shabbat empieza justo al caer el sol, con las primeras 3 estrellas que se perciben en el cielo de Israel. Así que, como en invierno tienen menos horas de luz, el viernes a las 4 de la tarde los judíos religiosos empezaban su descanso hasta las 4 de la tarde del sábado siguiente. Afortunadamente, no todos los israelís son judíos y no todos los judíos son practicantes, así que nuestro temor a que el país se paralizara durante el Shabbat era un mito comparable al de que España se paraliza durante la hora de la siesta. La noche de fin de año la celebramos por todo lo alto en una ciudad moderna, mediterránea y juvenil. Tel Aviv no duerme ni descansa, la urbe crece y se amplía sin pausa. Jóvenes parejas y surferos desfilan por el ancho y largo paseo marítimo que une el puerto con la ciudad vecina de Jaffa, disfrutando de las espumosas olas, la brisa mediterránea y los rayos de sol que un par de veces al día se esconden entre las nubes y dan paso a un ligero chaparrón. Entonces el arco iris se abre paso entre los rascacielos y los miradores se llenan de paraguas de colores. Más tarde, al anochecer, los locales se visten de fiesta, aunque sea festivo o no, aunque haya o no, algo que celebrar... porque en Tel Aviv, cada noche es una fiesta y siempre hay alguna razón para no dormir.
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